El nacionalismo como ideologia de la modernidad

Autor: 
Juan Jesús Ayala
Categorías: 
Artículos

Dejemos atrás las palabras del flamante nobel Vargas Llosa, que en su discurso en la Academia sueca, entre otras cosas, demonizó a los nacionalismos, a los que considera como la causa de las grandes carnicerías de la historia, y se refería tanto a las étnicas, a las favorecedoras de las dos guerras mundiales, a las de América latina, como a las que preconizaban su ideología en pro de los territorios como nación desde un punto de vista cívico y negociado. Seguramente, este viejo comunista, hoy inveterado discípulo de Karl Popper, no se ha percatado de que las actuales naciones han nacido por las guerras o por la voluntad inestimable de la gente que las habita y que han querido ir por ese lado, totalmente en contra de los que las han apabullado y truncado poniendo en su cuello la bota poderosa de este o aquel país. Pero dejemos al nobel en su nirvana encantador y vayamos al meollo de la cuestión, y para ello lo mejor es acercarse a Alain Touraine, que considera al nacionalismo como un actor no moderno que crea modernidad. Y desde ahí partimos para entendernos.

El nacionalismo es una ideología de la modernidad por dos razones fundamentales. Una de ellas es la preocupación por saber qué es la nación, y otra de quién es la nación. Pensadores del nacionalismo como Bauer, Anderson, Koidure, Sebrelli, entre otros, consideran que la nación, y desde su razón de modernidad, radica en que es una comunidad política que implica a todos sus miembros. Todos los individuos son nación y, por lo tanto, quedan vinculados a la comunidad política sin que ello suponga la intervención directa en los asuntos de la política. La nación moderna, su existencia, depende de que los individuos sientan una identidad colectiva fomentada por la educación y por los diversos medios de transmisión cultural que hacen que una comunidad sobreviva, sintiéndose fuerte y legitimando su acción.

Entendemos que la cultura, cuando se comparte y se favorece desde las instancias del poder, es el camino que lleva al nacionalismo a la modernidad; y debe hacerse así porque es su reafirmación, su esencia y su carácter. La cultura que se elabore desde las encomiendas de los que la distribuyen hará posible y acortará los tiempos para que los pueblos se conduzcan por el camino del nacionalismo hacia su construcción nacional. Cuando los pueblos se atascan culturalmente, cuando sus símbolos se deterioran o se ignoran, cuando su territorio se devana en luchas fratricidas, es lo que ha llevado al nacionalismo al error, a huir hacia adelante en contra de su verdadera esencia y legitimidad.

Crear la modernidad es simplemente mirar al frente con sus propuestas, con sus deseos y, sobre todo, con sus vínculos, que entrelazados hacen que los pueblos tiendan hacia su desarrollo como sujetos históricos y diferenciados. Cuando se copian actitudes y se aleja uno de lo más elemental, que es creerse a sí mismo con la capacidad suficiente para saber hacia dónde hay que llegar, es continuar estancado, no en la Edad Media, sino en la de Piedra.

Se crea modernidad sintiéndose mayor de edad, mirando por encima del hombro cuando haya que hacerlo y dejando atrás viejas rémoras, con carácter, con decisión y con principios políticos bien diferenciados y con la suficiente fuerza de no sentirse doblegados ni con voluntades ajenas ni por normativa alguna que dificulte su razón de ser como nación.

La ideología nacionalista, que va mas allá de un sentimentalismo folclorizante, tiene o debe tener claros sus fundamentos, y una vez que se asimile por la colectividad que el pensamiento es lo que contribuye a fabricar su verdad como pueblo, ya empuja la puerta de la modernidad. De esta consecuencia se entra por la vía del nacionalismo en el recinto de la nación, y ya se dejan atrás estructuras mentales que, mediatizadas por lo extraño y espurio, van por la vereda de lo inservible y desechable.

Ya hemos escrito con anterioridad sobre las cinco oleadas de nacionalismos que ha habido a lo largo de la historia, siendo la última la que ocasionó el derrumbe del muro de Berlín y la eclosión de nuevas naciones. Sabemos y deseamos que está fabricándose en la mente, en el interior de algunas colectividades, una sexta oleada, y cómo una es la canaria, que está tocando a la puerta de su construcción nacional, aunque eso le pese y enrabiete a don Mario Vargas Llosa.