El alumbramiento de las naciones

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 NO ES FÁCIL. Cuesta muchos capítulos, más de mil vueltas para que los pueblos lleguen al término de su alumbramiento como naciones. Algunas lo han conseguido por la vía del pacifismo, otras desde una violencia mal entendida y estúpida, pero lo que sí parece determinante es que la historia de los pueblos nunca ha sido quietista, aunque pudiera ser parsimoniosa y a veces, si se quiere, lastimera hasta llegar a la meta deseada de su construcción nacional.Hegel manifestó, con referencia al alumbramiento de las naciones en el mundo occidental, que ya de alguna manera la lechuza de Minerva que está impregnada de sabiduría, por fin, ha levantado su vuelo y se encamina hacia el crepúsculo de las naciones que pugnan por encontrarse a sí mismas.Es una buena señal que la sabiduría que lleva en su pico la lechuza de Minerva no se haya detenido, no haya sido abatida por algún que otro cazador furtivo, sino que su vuelo elegante continúe entre unos y otros.Los pueblos miran alrededor y sienten a veces que su cuerpo está hecho jirones, que por más de una llaga se vierte sangre. Sangre de viejas historias que tiñen de esperanzas las voluntades dormidas, capaces de un día, cualquier día, dar con su realidad, con el espacio dormido, pero siempre buscado.No se puede evitar, aunque muchos se afanen en ello; en ir contracorriente, en cercenarles las voluntades a los pueblos, en destruir con argumentaciones falaces y tremendamente politizadas el ímpetu de las naciones que intentan transitar por un camino diferente, el suyo, con tal de llegar a su construcción nacional desde la tramoya del Estado, su Estado.Pero hay que tener en cuenta que la historia, que a la vez que cruel es comprensiva, situará a cada cual en su sitio. Sus leyes, que muchas veces son indescifrables, dirán la última palabra sobre el destino de los pueblos. Y da la impresión, aunque algunos hagan oídos sordos, de que su voz ya no es tan tímida y tenue y que está sonando en los tímpanos de una inmensa mayoría, arropados por un entusiasmo que se encamina hacia la meta pretendida.Es sabido que a los nacionalismos se les demoniza, y se hace desde posiciones también nacionalistas, las de allá; y mientras unos persiguen la construcción nacional los otros se oponen al derrumbe de su nación, de su nacionalismo. Pretenden que el de ellos sea sempiterno, sin tener en cuenta al resto. Y no se dan cuenta de que lo que hacen con la pretensión de fortalecer su nacionalismo, el centralista-castellanizante, es que sea dominante y les permita mirar por encima del hombro al resto.La lechuza de Minerva ha levantado su vuelo, ha traído la sabiduría que se ha posado en el campo de operaciones de las naciones y por él transita. Esa sí es la mayor de las evidencias.Mirar para otro lado no cambia para nada la situación, y ahí está como un imperativo categórico más. Sólo se necesita el tiempo necesario para que los mapas y las mentalidades se vayan recomponiendo y continúen en pos de su verdadera personalidad socio-política.Cansados estamos de seguir, erre que erre, con esta matraquilla, cansados, seguro, unos y otros. Los de aquí en la búsqueda de lo nuestro, de nuestra identificación como pueblo, y los de allá, empeñados en todo lo contrario, en favorecer los poderes fácticos, y a veces no tanto, para dificultar, para entorpecer y contravenir voluntades.Cansados estamos unos y otros de machacar sobre lo mismo, sobre el destino de los pueblos, en hacerles ver a otros que la historia de los pueblos, la nuestra, la canaria, no es inamovible ni está concluida. Nunca lo ha sido. Ni cuando llegaron los otros ni cuando se politizó el territorio con componendas y mandatos que no se entendían y que se introdujeron en la conciencia de la gente con trabucados mensajes, año tras año, montándose un escenario de confusión y de majaderías.Pero en el fondo lo que subyace es el dominio, es el paternalismo, por un lado, y el deseo de un nuevo encuentro, de una nueva toma de decisiones que habrá que hacer desde una mayoría que nos defina como un pueblo que sabe lo que quiere.Entretanto, hay que alimentar, al menos en el imaginario, para que la lechuza de Minerva siga revoloteando en el entorno de nuestro espacio.