Canarias y la Unión Africana

Autor: 
Juan Manuel García Ramos
Categorías: 
Artículos

Hace ya algunos años que combato pacíficamente algunas tesis que ven a Canarias formando parte de la Unión Africana, esa organización transnacional del vecino continente, fundada en la ciudad libia de Sirte en 2001, que venía a reemplazar a la Organización para la Unidad Africana (OUA) nacida en 1963.

No es que no crea en una integración política, económica, social y cultural de los países africanos, todo lo contrario, pero es que no me figuro a Canarias en ese tipo de organización ahora presidida nada más y nada menos que por el caudillo libio Muammar el Gaddafi, que accedió al poder tras un golpe de Estado militar hace treinta y nueve años y tiene prohibidos los partidos políticos en su régimen autárquico.

Tras ser elegido presidente de la UA en Addis Abeba, la multiétnica capital de Etiopía, Gadaffi se ha apresurado a dar un empujón a su idea de unos Estados Unidos de África que emulen a los Estados Unidos originales pasando por encima de las fronteras políticas actuales y recuperando la ancestral división tribal del continente negro, una idea que no ha calado del todo entre los cincuenta y dos estados restantes que constituyen en la actualidad esa nueva Unión Africana. Algunos de esos Estados ven en la personalidad excéntrica de Gaddafi un peligro para el futuro de la unidad deseada y no dejan de llevar razón; entre esos países está la equilibrada Sudáfrica.

Gaddafi está empeñado en conseguir un gobierno de unión de todos los territorios africanos con políticas comunes de Defensa, Asuntos Exteriores, Moneda y hasta de Pasaporte, algo que podría parecer lógico si no fuera porque estamos hablando del África actual, donde las guerras civiles desgarran a muchos de sus pueblos desde hace décadas y donde cualquier clase de integración política más parece un sueño que algo mínimamente realizable. Sobre todo si esa integración política la va a dirigir alguien como el actual presidente de la UA, con sus orígenes dictatoriales y su concepción de la convivencia civil de su pueblo al margen de toda articulación democrática. Ése es el África de nuestros días e ignorar esa situación es mentirnos a nosotros mismos.

Y es aquí donde vuelvo a hacerme las preguntas que ya me he hecho con anterioridad. ¿De verdad Canarias es un archipiélago africano? ¿Por qué? ¿Por nuestra cercanía a África?

Más cerca está la España peninsular: a sólo catorce kilómetros de la costa marroquí y dominada durante ocho siglos por el poder islámico. Nosotros nos encontramos a cien kilómetros de ese continente y nunca fuimos invadidos por ese poder religioso y político que conllevó, en la media España de las centurias VIII-XV, cambios institucionales, económicos, culturales y religiosos de evidente trascendencia.

Una definición convencional nos dice que la geografía estudia la superficie terrestre considerada como residencia del hombre; o las relaciones entre el medio natural y el hombre. Si los canarios somos rigurosos con lo que "medio natural" significa, no nos cuadra que un Archipiélago como el nuestro pueda asimilarse al medio natural continental africano. Ni 1) por origen geológico: nuestro vulcanismo tan determinante; ni 2) por el escenario natural: nuestra oceanidad, más decisiva todavía en cuanto a nuestra relación con otros pueblos y a nuestro sistema económico abierto al Atlántico; ni 3) por la índole poblacional: unas poblaciones estables en el continente, una población fusionada en Canarias: bereberes, normandos, andaluces, castellanos, vascos, lusos, italianos, flamencos, ingleses, holandeses, malteses...; ni 4) por la curiosidad cultural: tribalismo continental -como tanto insiste el mismo Gaddafi- frente a porosidad a otras culturas por parte de nuestras islas; ni 5) por credos religiosos: cristianismo o poscristianismo nuestro frente a la generalizada civilización islámica de nuestros vecinos.

No nos engañemos, Canarias ha potenciado su personalidad social, cultural, económica y política en su proyección atlántica y no en el ombliguismo de los orígenes de sus primeros pobladores. Otros, sin embargo, siguen insistiendo en convertirnos en un estado africano más, en desvincularnos de las estructuras políticas y económicas europeas, en tercermundializarnos, en obligarnos a dar un salto temerario en el vacío, con desprecio inocultable por el bienestar y el futuro de nuestro pueblo, primer objetivo de todo nacionalista que se precie.

Después de muchos años de esfuerzos intelectuales y políticos, hay que fortalecer el nacionalismo canario de base social y huir de utopías incomprensibles para nuestros compatriotas menos informados. Hablarles a nuestros jóvenes, a nuestros campesinos, a nuestros industriales, a nuestros empresarios y trabajadores en general de abandonar la Unión Europea para ingresar en la Unión Africana es una temeridad innecesaria en estos momentos de nuestro desarrollo como pueblo. Cada cultura decide las instituciones por las que quiere regir su propia convivencia y la cooperación con otros pueblos, y la cultura canaria se ha caracterizado por un diálogo permanente con Europa y América, sin desentenderse de África, por supuesto, en esa proyección atlántica en todas las direcciones que ha sido su vocación secular.

Este pueblo debe prepararse no para involucionar y africanizarse, sino para evolucionar y universalizarse, sin que ello quiera decir, repetimos, que abjuremos de los orígenes norteafricanos de nuestros antepasados insulares ni que renunciemos a unas buenas relaciones de vecindad con los pueblos del entorno. El horizonte que más le conviene a la Canarias futura es un encaje directo en Europa sin pasar por intermediarios. Habrá que buscar los itinerarios jurídicos y políticos adecuados en los tiempos correctos, y todo ello sin romper el diálogo con el cambiante Estado español, aunque seamos el último resto de serie de su imperio perdido. Lo hemos repetido muchas veces: quizá el ejemplo más a mano para profundizar en esta nueva opción de instalar a Canarias directamente en Europa sea el de la República de Malta, que, con sus trescientos dieciséis kilómetros cuadrados de mediterraneidad y sus cuatrocientos mil habitantes, es hoy miembro de pleno derecho de la Europa unida y no tan cercana, y elige y sienta a sus representantes en el Parlamento Europeo.

Como dije antes, cada pueblo decide las instituciones por las que quiere regir su propia convivencia y su relación con otros pueblos. Estamos integrados en Europa, pese a que no lo estemos de la manera que nuestra personalidad política, económica, social, cultural y geoestratégica nos posibilitaría y exigiría, si tenemos en cuenta la conformación de esta última Unión Europea de veintisiete miembros. Pero ése es un trabajo que nos espera. Antes de la tribal, protoislámica y seudodemocrática Unión Africana del coronel Gaddafi, sigo apostando por la Unión Europea del monoteísmo judeocristiano, de la filosofía racionalista griega y del derecho romano. Esto es lo que hay.